miércoles, 18 de abril de 2012

Benedicto XVI: La Iglesia no debe temer a las persecuciones

Ciudad del Vaticano, 18 Abr. 12 (AICA).- La Iglesia no debe temer a las persecuciones que en su historia se ve obligada a soportar, sino, como Jesús en Getsemaní, debe confiar siempre en la presencia, en la ayuda y en la fuerza de Dios, invocada en la oración”, expresó el Santo Padre Benedicto XVI al retomar hoy la catequesis sobre la oración.

El Papa dedicó la audiencia general de los miércoles, celebrada en la Plaza de San Pedro ante una multitud de fieles provenientes de todo el mundo, a la que fue denominada como “Pequeña Pentecostés”, ocurrida en un momento difícil para la Iglesia naciente. “Los Hechos de los Apóstoles –dijo el Papa-, narran que Pedro y Juan acababan de salir de la cárcel, después de haber sido apresados por predicar el evangelio, y se encuentran con la comunidad reunida. Ésta, al escuchar lo ocurrido, no busca cómo reaccionar o defenderse ni qué medidas adoptar; sencillamente, ante la prueba, empieza a rezar pidiendo la ayuda de Dios que escuchará la plegaria enviando al Espíritu Santo.

“Es una oración unánime y concorde de toda la comunidad, explicó el obispo de Roma, que se enfrenta a una situación de persecución a causa de Jesús porque lo que viven los dos apóstoles no les afecta solamente a ellos, sino a toda la Iglesia. Ante las persecuciones padecidas por causa de Jesús, la comunidad ni se asusta ni se divide, sino que está profundamente unida en la oración”.

Cuando los creyentes se ven sometidos a la prueba a causa de su fe, “la unidad, en lugar de estar comprometida, se refuerza, ya que está sostenida por una oración incansable. La Iglesia no debe temer las persecuciones que en su historia se ve obligada a soportar, sino, como Jesús en Getsemaní, debe confiar siempre en la presencia, en la ayuda y en la fuerza de Dios, invocada en la oración”.

Ahora bien, antes de comprender a fondo lo que sucedió, la primera comunidad intenta leer los acontecimientos a través de la fe y lo hace mediante la Palabra de Dios. San Lucas narra en los Hechos de los Apóstoles que la comunidad de Jerusalén comenzó por recordar e invocar la grandeza y la inmensidad de Dios y después, a través de los salmos, pasó a reconocer cómo Dios había actuado en la historia estando cerca de su pueblo, “demostrando -dijo Benedicto XVI- que era un Dios que se interesaba por los seres humanos que no los abandonaba”.

A continuación, los sucesos se leen “a la luz de Cristo, que es también la clave para entender la persecución. La oposición hacia Jesús, su pasión y su muerte se releen como actuación del proyecto de Dios Padre para la salvación del mundo. En la oración, la meditación sobre las Sagradas Escrituras a la luz del misterio de Cristo ayuda a leer la realidad presente en el ámbito de la historia de la salvación que Dios cumple en el mundo”.

De ahí que la petición que la primera comunidad cristiana de Jerusalén formula a Dios en la oración “no es la de ser defendida, ni la de salvarse de la prueba ni de tener éxito, sino la de proclamar con franqueza, con libertad, con coraje, la Palabra de Dios”. Y los primeros cristianos añaden que ese anuncio “esté acompañado de la mano de Dios, para que haya curaciones, señales y prodigios; es decir, que sea una fuerza que transforme la realidad, que cambie el corazón, la mente y la vida de hombres y que aporte la novedad radical del Evangelio”

“También nosotros -finalizó el Santo Padre- debemos llevar los acontecimientos de nuestra vida cotidiana a nuestra oración, para buscar su significado más profundo. Y como la primera comunidad cristiana, también nosotros, dejándonos iluminar por la Palabra de Dios, a través de la meditación de la Sagrada Escritura, podemos aprender a ver que Dios está presente en nuestras vidas, incluso en tiempos difíciles, y que todo forma parte de un diseño superior de amor en el que la victoria final sobre el mal, sobre el pecado y la muerte, es realmente la del bien, la de la gracia, la de la vida, la de Dios”.